El fútbol argentino vive tiempos de vacas flacas, por lo cual los entrenadores tienen que recurrir a juveniles o en su defecto a jugadores con toda una trayectoria hecha. Sin embargo, no surgen los cracks de otros tiempos, no existen los salvadores y el juego colectivo termina imponiéndose sobre el individualismo
El contexto económico desventajoso que tiene el fútbol argentino en relación a países como México, Estados Unidos o bien Europa o Asia hacen que los clubes estén obligados a vender al menos a un futbolista en un contexto de pandemia que trajo aparejado mucho dolor de cabeza para los dirigentes de las diferentes instituciones. Están obligados a reinventarse una y otra vez.
En los años 90 y entrado el nuevo milenio podían observarse en forma constantes jugadores de una clase magistral y una liga muy competitiva. Sin embargo, con el tiempo ha ido cambiando. Los excelentes ya no aparecieron más, los muy buenos se comenzaron a ir rápidos y hoy son los buenos aquellos que emigran con mayor rapidez.
Por otra parte, los juveniles tienen otro proceso de maduración y a veces suele demorar más tiempo del pensando. Ya no se ven demasiados jóvenes que tengan continuidad en primera con al menos 18 años, sino que es frecuente que lo pueda conseguir a partir de los 20 años. A su vez los de la edad promedio se van rápido, por lo que quedan los más chicos y los más grandes, sin un termino medio.
En este contexto el rol del técnico pasa a ser fundamental. Es indispensable priorizar el juego colectivo, observar con un detalle mínimo las debilidades del adversario, potenciar al máximo las propias y disputar cada pelota como si fuera la última. El fútbol argentino se transformó en un juego de ajedrez. Hoy no gana el que tiene las mejores piezas, sino aquel que tiene la capacidad de moverlas mejor.
Foto: AFA
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